24 May María Auxiliadora y el carisma salesiano
Es ciertamente un hecho, y estamos muy agradecidos por ello, que existe un vínculo íntimo entre la devoción a María Auxiliadora y la vocación salesiana. No es difícil demostrarlo ya en Don Bosco: al principio de su vida, como en el sueño en I Becchi cuando tenía nueve años, y al final, como en el sueño en Barcelona en 1886; desde las lecciones de catecismo que comenzó con Bartolomeo Garelli, hasta la forma en que obtuvo la aprobación de las Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales; desde la íntima convicción de Don Bosco expresada en tantas ocasiones, hasta el signo externo de las maravillosas obras que llevó a cabo. Pero los orígenes son solo las primicias de la realidad total.
Don Bosco asegura que la vocación salesiana no puede explicarse ni en su nacimiento ni en su continuo desarrollo sin la continua y maternal guía de María. Él mismo afirmó muchas veces que la Virgen era la «fundadora» y el «sostén» de la Congregación, y asegura que esta «está destinada a hacer grandes cosas y a extenderse por todo el mundo, si los Salesianos permanecen fieles a la Regla que María les ha dado».
También dejó escapar la siguiente exclamación: «¡María nos quiere demasiado!». Don Rúa, el gran «continuador» de la vocación de Don Bosco – que «enseña a los salesianos a seguir siendo salesianos», como decía Pablo VI – subrayaba continuamente la estrecha relación que existe entre la vocación salesiana y la devoción a María Auxiliadora.
Parece particularmente sugestiva la interesante observación que Don Rúa hizo con ocasión de la coronación de la Virgen en Valdocco, el 17 de mayo de 1903. Tras describir la ceremonia con gozosa efusión, añadía: «No dudo que un aumento entre los salesianos de la devoción a María Auxiliadora llevará también a un aumento de la estima y del afecto a Don Bosco, así como a una mayor dedicación a la conservación de su espíritu y a la imitación de sus virtudes».
Se intuye aquí muy claramente la estrecha y vital relación que existe entre la devoción a María Auxiliadora y la espiritualidad salesiana. También Don Albera, con su delicada sensibilidad por los aspectos más espirituales de la vocación salesiana, insiste en la presencia continua de María. Escribe: «Hablando a sus hijos espirituales, (Don Bosco) no se cansaba de repetir que la obra que emprendía estaba inspirada por María, que María era su fuerte apoyo y que, por consiguiente, no tenía nada que temer de la oposición de sus enemigos».
Particularmente significativa para concluir este argumento es la alusión a San Francisco de Sales como el «maestro de la salesianidad» en la historia de la vida espiritual. Describiendo la magnanimidad casi imprudente del Santo de la Juventud, particularmente, en la construcción de la basílica de Valdocco, Don Albera ve un elemento de «salesianidad» en este extraordinario coraje. Afirma: «Se muestra como un discípulo de nuestro San Francisco de Sales, que en una ocasión escribió: «Soy plenamente consciente de la gran bendición de ser hijo de una Madre tan gloriosa, aunque soy completamente indigno de ello. Confiando en su protección, podemos emprender empresas extraordinarias. Si la amamos con profundo afecto, Ella nos conseguirá todo lo que deseemos » ‘.
Sería sin duda de gran utilidad profundizar en el significado y la función de la devoción a María Auxiliadora en la espiritualidad salesiana, pero basta esbozar brevemente algunas sugerencias con la esperanza de que puedan ser una inspiración para la renovación mariana.
Sabemos que una espiritualidad solo es digna de ese nombre si forma un todo orgánico, donde cada elemento tiene su lugar y su función precisos. Desplazar, desatender o suprimir tal o cual elemento sería iniciar la ruina del conjunto. Ahora bien, la devoción a María Auxiliadora es, como hemos visto, parte integrante del «fenómeno salesiano» en la Iglesia, porque constituye una parte vital de su totalidad. Sería insensato e incluso perjudicial intentar separar nuestra espiritualidad de la devoción a María Auxiliadora, del mismo modo que es imposible separar a Don Bosco de la Virgen; sería un absurdo. La devoción a María Auxiliadora es, por tanto, parte esencial del carisma salesiano. Impregna toda su estructura y da vida a las diversas partes que la componen.
Sin una sana vida mariana, la espiritualidad salesiana se resentiría en su vigor y fecundidad, mientras que, por otra parte, un oportuno esfuerzo hacia una profunda renovación mariana dará frescura a toda la vocación salesiana.
Es suficiente constatar cómo nuestra devoción a María Auxiliadora está íntima y vitalmente conectada con la «misión» salesiana y con el «espíritu» del carisma particular.
En primer lugar, su íntima conexión con la misión salesiana: María es la pastora de los sueños, que proyecta la naturaleza exacta de la misión salesiana e indica aquellos por quienes trabajar, confiando el campo del «apostolado juvenil». Es su característica de Auxilio de los cristianos, la que abre la misión salesiana a los amplios horizontes de los modernos problemas sociales y religiosos, junto con la elección precisa de servir a toda la Iglesia y a sus pastores. Es su bondad materna la que inspira también los criterios pastorales y enseña el modo de acercarse a aquellos para quienes se trabaja.
En segundo lugar, su profunda relación con el espíritu salesiano que encuentra en María, vista como Auxilio de los cristianos, su inspiración y modelo. Es un espíritu centrado en el «amor pastoral», inspirado en el amor materno de Nuestra Señora y enraizado en el amor materno de la Iglesia. Implica una escucha atenta de las mociones de Dios, una adhesión total a Cristo y una apertura total a sus caminos. Es un espíritu lleno de esperanza (confiado en la «ayuda» de lo alto) en una actitud interior de optimismo básico hacia los recursos naturales y sobrenaturales del hombre. Es un espíritu de fecundidad apostólica vivificada por el celo por la Iglesia, un espíritu de valiente inventiva y adaptabilidad a las vicisitudes de las cosas creadas. Es un espíritu de bondad y de comportamiento familiar, lleno de la riqueza y sencillez de actitud que brotan de la sinceridad de corazón. Es un espíritu de magnanimidad (como en el Magnificat) que desea humildemente hacer todo el bien que puede, incluso cuando esto parece imprudente, dejándose guiar por el valor, la fe y el sentido común, y evitando todos los extremos.
Podemos concluir estos pocos puntos diciendo que, así como en la vida de Don Bosco, la devoción a María Auxiliadora, desarrollada en la plena madurez de su vocación, fue al mismo tiempo el punto de llegada de un largo período de crecimiento y el punto de partida de todo su vasto programa apostólico, del mismo modo, constituye en la espiritualidad salesiana la síntesis concreta de sus diversas partes y es la fuente vivificante de su dinamismo y fecundidad.
Por tanto, lo que esta devoción ha sido en la base de la espiritualidad, debe seguir siéndolo en cada momento de su renovación.
Don Egidio Viganò, La nostra devozione a Maria Ausiliatrice, en «Atti del Consiglio Superiore» 59 (1978) 289, 27-30.
Fuente: infoans.org