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La elección mariana de Don Bosco

Es esclarecedor recordar, aunque sea brevemente, algunos detalles del proceso por el que Don Bosco llegó a su intensa devoción a María bajo el título de Auxilio de los Cristianos. Pueden llevarnos a comprender mejor la fisonomía de su vocación y de la nuestra.

Sabemos que Juan Bosco nació y se educó en un ambiente profundamente mariano, de tradición eclesial local y de piedad familiar. Baste recordar el acontecimiento de octubre de 1835, cuando, pocos días después de recibir la sotana y en vísperas de su partida para el seminario, su madre Margarita lo llamó aparte y le dio aquel memorable consejo: «Cuando viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen; cuando comenzaste tus estudios, te recomendé la devoción a esta Madre nuestra; ahora te recomiendo que seas todo suyo: ama a tus compañeros devotos de María; y si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María».

Es de particular interés, creo yo, que en el famoso sueño de cuando tenía solo nueve años – sueño repetido muchas veces y al que Don Bosco dio gran importancia en su vida – en su conciencia de fe, María aparecía como una figura importante, directamente implicada en un proyecto de misión para su vida, una mujer que mostraba una particular preocupación pastoral por los jóvenes; de hecho aparecía «como una pastora». Y hay que notar, que no es Juan quien elige a María; es María quien toma la iniciativa en la elección; a petición de su Hijo, ella será la inspiradora y la guía de su vocación.

Esta profunda conciencia de la relación personal de María con él, ayudó a Don Bosco a desarrollar espontáneamente en su corazón una atención y un afecto que iban mucho más allá de las fiestas y advocaciones marianas locales, que también él apreciaba y celebraba con entusiasmo.

Esta relación personal con la Virgen sería siempre una característica suya; su devoción mariana le llevaba directamente a la persona viva de María, y en Ella contemplaba y admiraba su grandeza, sus múltiples funciones y los muchos títulos de veneración ligados a Ella. Así, en el corazón de Don Bosco, se va construyendo una devoción mariana no fragmentada ni parcial, sino completa y total, centrada directamente en el aspecto vivo y real, más eclesial, de la persona de María.

Escribe el Padre Alberto Caviglia: «Cuando se trata de su devoción a María, dejemos de lado todos los títulos celebrativos, ornamentales y devocionales. Para él, es sobre todo María, Nuestra Señora. Sería espontáneo preguntarse: ¿a qué Virgen se inclinaba Don Bosco? ¿A cuál era devoto Domingo Savio? La respuesta debería ser todas y ninguna. En el sueño de Don Bosco, a la edad de nueve años, no apareció una Virgen como tal, sino la Virgen, María, la Madre de Jesús. En la época de la que estamos hablando, nuestro Padre era devoto de Nuestra Señora de la Consolación, la Virgen del Torinese – la primera estatuilla de la Capilla Pinardi era para ella. Luego, con el movimiento religioso que llevó a la Iglesia a definir la Inmaculada Concepción, se volvió a María Inmaculada con amor y devoción, con un espíritu intensamente católico y una comprensión muy clara. Y, en cierto modo, María Inmaculada se convirtió en su Madonna durante mucho tiempo; fue a ella a quien condujo a Domingo Savio, para quien el encuentro constituyó el primer gran momento de su vida y explica que la histórica congregación que inició llevara el nombre de la Inmaculada Concepción».

Tal actitud, unida a su genio práctico y a su sentido histórico, llevó a Don Bosco a apoyar activamente el movimiento mariano promovido por la Iglesia de la época. Así, en los primeros veinte años de su sacerdocio, lo encontramos expresando su completa devoción mariana al subrayar el privilegio único de la Inmaculada Concepción de María, y la fiesta del 8 de diciembre sigue siendo un elemento central de su metodología pastoral y espiritual. Coincide también con la fecha del inicio de sus empresas más significativas. Don Bosco vivió, con inteligente entusiasmo, el clima eclesial que precedió y acompañó la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción (1854) y que vio las apariciones de Lourdes (1858).

Podemos recordar, por ejemplo, la importancia en su obra educativa de la «Congregación de María Inmaculada» en Valdocco; fue la escuela que formó a su primer niño santo, Domingo Savio, y a los primeros miembros de la futura Sociedad de San Francisco de Sales. Y es significativo que, en Mornese se prepararan paralelamente las primeras muchachas del futuro Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, nacido en el seno de la ‘Unión de las Hijas de María Inmaculada’.

La elección de María Inmaculada nos muestra así, a un Don Bosco implicado en el movimiento mariano en un grado que va más allá de títulos y devociones locales; es un seguimiento a María, su inspiradora y guía, en la línea vital que se estaba realizando en la Iglesia de su tiempo.

Pero también es evidente que Don Bosco tendió a trascender el aspecto formal del dogma de la Inmaculada Concepción; no se limitó a la prerrogativa de la ausencia en ella del pecado original; nunca se detuvo simplemente en la grandeza de la dignidad individual de María (su plenitud de gracia, su integridad virginal y su gloriosa asunción), sino que tendió a considerarla objetivamente en relación con su papel personal de Madre de Cristo y de los hermanos de Cristo.

La vocación apostólica de Don Bosco le llevó a descubrir y subrayar lo que había sido la imagen original de su «Señora» desde su sueño a los nueve años: su papel de maternidad espiritual. En la práctica, por tanto, se puede reconocer fácilmente la clara tendencia de Don Bosco a asignar a María Inmaculada un papel de ayuda y protección en su actividad educativa, y a valorar su plenitud de gracia como fuente de patrocinio para la salvación.

Ya en 1848 había comenzado a escribir el título «Auxilium Christianorum» en algunas imágenes colocadas sobre su escritorio. Antes de 1862, este título no aparecía oficialmente, ni como título principal ni como título secundario. Pero ya había crecientes indicios, derivados bien de circunstancias de la Iglesia, bien de la propia naturaleza de la vocación de Don Bosco, de que este consideraba a María Inmaculada como la protectora que vence y aplasta la cabeza de la serpiente maligna.

Es en la década de 1860, los años de la plena madurez de Don Bosco, y sobre todo a partir de 1862, cuando surge claramente su elección por María Auxiliadora. Y esta, seguirá siendo su elección definitiva: el punto de llegada de un continuo crecimiento vocacional y el centro del carisma del Fundador. En María Auxiliadora, Don Bosco reconoció finalmente la verdadera imagen de la Señora que había fundado su vocación y que había sido, y sería siempre, su inspiración y su guía.

Por último, no fue poca la influencia que ejerció la construcción de la Basílica de María Auxiliadora en Valdocco, terminada en solo tres años y de un modo que Don Bosco consideraba prodigioso. Debía ser un santuario de María para la ciudad, el país y el mundo mismo, abierto a las necesidades espirituales y apostólicas universales.

La forma en que Don Bosco habla de esta «Casa de María Auxiliadora» pone de relieve no tanto las asociaciones históricas, sino más bien la afirmación de una presencia viva, de una fuente rebosante de gracia, de una renovación continua de la acción apostólica, de un clima de esperanza y de compromiso voluntarioso con la Iglesia y el Papa.

Desde el nacimiento de este santuario, María Auxiliadora se convirtió en la expresión mariana que caracterizaría siempre el espíritu y el apostolado de Don Bosco: toda su vocación apostólica la habría visto como obra de María Auxiliadora; y sus muchas y grandes iniciativas, especialmente la Sociedad de San Francisco de Sales, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y la gran Familia Salesiana habrían sido a sus ojos fundaciones queridas y vigiladas por Ella.

Cf. E. Viganò, Our devotion to Mary Help of Christians, in «Acts of Superior Council» 59 (1978) 289, 13-20.

 

Fuente: infoans.org